jueves, 9 de noviembre de 2017

Tú -1-

El sol de primavera, hacía que el salir a pasear a Ducke, fuera una caminata de placer. Un momento del día, que tenía para poder dejar vagar su mente, sin tenerla atenta en ningún asunto o en su querido hijo, Daniel, de cuatro años.
Esa delicada brisa fresca, le revolvía la melena color miel, bajo la luz del sol, con unas caricias suaves. Agradables. Causando, que más de una vez, alzara su rostro hacia los rayos del sol.
Que calma. Pero sabía, que, en poco rato, se terminaría su respiro. O antes de lo esperado, gimió con un poco de disgusto, ante la melodía de su teléfono.
Dirigiendo su mano hacia el bolsillo de su fina chaqueta, sacó el aparato, para visualizar el nombre de su hermana, en la iluminada pantalla.
 -Dime Laura –Saludó con voz amable-. No –Respondió escueta, con el ceño fruncido, ante la petición de su hermana-. No insistas –Volvió a decir, mientras daba un tirón a su pastor alemán, para que dejara de intentar comerse aquel papel mal doblado, que había hallado en su camino-.No pienso acompañarte a tomar ningún café, para ser tú escudo –Soltó con tono enfadado-. Porque lo que deberías de hacer, es hablar con tú marido, en vez de hacer la tonta –Masculló entre dientes, al tiempo que sulfurada le daba una patada a la pelota de papel para apartarla del camino de su perro-. No me volví arisca con los hombres –Protestó veloz, volteando los ojos al cielo-. Es solo, que aún no encontré ninguno que no fuera idiota –Soltó con gran ironía.

Se agachó cuando llegó a la explanada de siempre, para soltar el agarre de Ducke. Sonriendo al ver el animal feliz, por juntarse con la misma pandilla perruna de cada día. Y volviendo a coger aire profundamente, tras haber dejado a su hermana hablar por un rato sin hacerle caso, que decidió prestarle algo de atención.
- ¿Pero sigues queriendo a tú marido o tienes dudas, con éste compañero de trabajo? –Preguntó con tono dulce, como dando su brazo a torcer, escuchando veloz, como su hermana se echaba a reír ante su locura-. ¡Oh, vamos! –Soltó con gran fastidio, pero sin poder esconder la sonrisa de sus labios-. Deja de reírte –Demandó con buen humor-. Pensé que tú te sentías atraída por ése nuevo compañero –Soltó una carcajada-. ¿Y no es tú compañero? Sí te escucho –Soltó divertida, ante la reprimenda de su hermana-. Solo que no escuché la parte, de jefazo –Calló pensativa por un segundo-. ¿Y para qué quieres que vaya yo? ¡Ah vale! –Respiró más tranquila, al comprender que también acudiría una amiga que tenían todos en común y hacía tiempo que no veían-. De acuerdo, mañana a las tres. Adiós, preciosa.

Guardó el teléfono en el bolsillo de su chaqueta, para disfrutar nuevamente de un rato de paz. Dejándose acariciar por la brisa y el ruido de las hojas de los árboles, a causa de ella. Suspiró con satisfacción, al sentirse a gusto. Sin rencor o dolor alguno en su interior.
Ya hacía un año y medio, desde su divorcio. Las cosas, habían acabado bien. Pero sí que es cierto, que después de tanto tiempo viviendo con una persona, se te quedaban arraigadas las costumbres del día a día, con ella.
Pero ya no. Se sentía libre, con ganas de volar en vivir dulces aventuras con su hijo. Y nadie, iba amargarla ni molestarla ya. Además, de llevar a rajatabla la promesa que se había hecho a sí misma. Nada de hombres, de aquel modo, no habría por el medio suegras para incordiar tú vida, porque ellas, así lo creían.



Tras dejar a su hijo en el colegio, condujo hacía el centro de la ciudad. Teniendo un margen de veinte minutos, para llegar a la cita del café con su hermana Laura, pudiendo ver a su amiga Gemma, después de cinco años sin saber de ella, por haberse ido a Londres a trabajar. Quien le haría sentirse tal vez, algo incómoda, sería el jefe de su hermana. Tampoco llegaba a comprender aún, qué pintaba él allí. De acuerdo, que también la conocía, pero ella a él no, y, además su hermana hacía escasos meses que trabajaba con él.
Refunfuñando para sí misma, tuvo la suerte de divisar un aparcamiento en una calle, detrás de un precioso y nuevo bmw. Ella, también llevaba uno, pero el suyo era familiar. Aquel, era para días preciosos y soleados como los que hacía en primavera, para llevártelo a pasear por caminos serpenteados junto a la costa.
Aventuras dulces. Que ganas de empezar a planificarlas con su hijo, Daniel. Sabía, que el pequeño, también las iba a disfrutar mucho.

Con paso decidido, caminó por la estrecha calle que daba al gran paseo, y de allí solo tuvo que cruzar la calle, para llegar al bar de la cita. Un local de dos plantas, donde en la de abajo estaba el gran ajetreo y en la de arriba, los que querían un momento tranquilo, sin televisión, solo música chillout de fondo, para sentarse en sus cómodos sofás y tomarte lo que te viniera en gana.
Empezó a dar un repaso con la mirada a todas las mesas de la planta de abajo, pero la voz de su hermana desde arriba, llamándola, hizo que alzara la cabeza, para toparse con ella y él.
Su sonrisa, desapareció, para ser sustituida por un comienzo algo acelerado de sus pulsaciones ante aquella mirada. Desde aquella distancia, no podía saber el color de sus ojos. Pero eran unos ojos con fuerza, que la miraban muy fijamente de arriba abajo, causando un cosquilleo por todo su sistema nervioso.
La incomodidad, había llegado. Ya sabía de antemano, que no iba a sentirse a gusto, si éste, iba a seguir observándola de forma tan escrutadora, durante el rato que durara el café o hasta, que tuviera que marcharse a buscar a su hijo al colegio.
Era un hombre, entorno a la edad de ellas. Treinta y tantos, cercanos a los cuarenta. Alto, castaño claro, sin barba, con gafas de pasta gruesa. Y se notaba, que era el jefazo. Iba ataviado con un traje gris merengue claro y una camisa blanca debajo, pero no había rastro alguno de una corbata.
Se hallaba igual que su hermana, apoyado con los dos brazos en la barandilla de hierro de la planta alta.
Y ahora, solo tenía ganas de alzar su mano derecha, porque la izquierda, sujetaba su bolso mochila que llevaba colgado del hombro izquierdo, con solo una nansa, para decirles adiós y salir de allí.
Y acto seguido, observó como éste alzaba las comisuras de sus labios. En un gesto de diversión, como si le hubiera podido leer la mente.
Aspiró con fuerza, odiando ya al individuo, para empujar sus piernas a que subieran los peldaños de mármol que la conducían arriba.
A él.

Subió los peldaños, con la mirada baja. Y tratando de calmar sus pulsaciones, al notar todavía, como éste tenía la mirada puesta en ella sin apartarla aún. Pero los peldaños, no eran infinitos como tampoco lo era la vida. Todo tenía un principio y un fin. Y ella, llegó al último peldaño no quedándole más remedio que alzar su mirada, pero buscando solo a su hermana, y dejándolo a él, apartado en el rabillo del ojo con su sonrisa socarrona.
¡Maldito! Gruñó para sí misma, acercándose a su hermana y dándole un corto abrazo fuerte y dos besos.
-Hola –La saludó sonriendo, escondiendo sus nervios.
-Últimamente, me cuesta mucho quedar contigo –La regañó con tono dulce-. ¿Cómo está Daniel?
-Grande –Respondió aliviada y algo más relajada, porque le encantaba poder hablar de su hijo. A qué madre, no.
-Te presento a Oliver –Sonrió su hermana, mientras la agarraba de los dos hombros y casi le obligaba a girarse, con cierta fuerza aplicada en su cuerpo-. Mi jefe y hermanastro de Gemma –Soltó la bomba, dejándola noqueada por un segundo.

Y escapatoria, ya no había.
No le quedaba más remedio que alzar bastante su mirada, para toparse con aquellos socarrones ojos, que, durante tres minutos, no se habían apartado de ella para nada.
Marrones tirando a ámbar, era el color de sus ojos, los causantes de que tartamudeara cuando chocó con ellos.
-Herm... Hermanastro, dijiste –Volvió a enfocar su mirada a su hermana quien reía divertida por su sorpresa-. Pero... -
Calló, al escuchar la ronca y divertida voz, del tal Oliver.
-Es un placer conocerte, Tú hermana y la mía, me han hablado mucho de ti –Dijo con cierto toque divertido, inclinando su cuerpo hacía delante, dispuesto a darle los dos besos de rigor, pero volvió a sonreír de forma socarrona, cuando Estela echó su cuello hacia atrás, evitándolo para alzar su mano derecha.
-Pues ellas a mí de ti, no –Soltó a bocajarro, escuchando como su hermana resoplaba por lo bajo, al notar su tono de voz el cinismo, como decía que empleaba últimamente con los hombres-. Lo siento –Le mostró una mueca tiránica –Para quitarla, cuando Oliver alargó su mano derecha y agarró el ofrecimiento de la suya, pero sorprendiéndola, al dar un suave tirón hacía él y poder darle un beso en la mejilla, rozando sus labios muy cerca de los suyos, causando que aspirara profundamente por aquella explotación de sensaciones en todo su sistema nervioso, ante su contacto y calor. Sintiéndose al segundo, confusa y a la vez, una sensación de anticipación a algo.
-No creo que suponga ningún problema, como acabas de notar –Le susurró en el oído, cuando giró su rostro, para darle el segundo y último beso, en la otra mejilla.
Después, se enderezó con toda calma y le sonrió a su hermana Laura. Quien estaba liada al teléfono, escribiendo un mensaje.
-Es Gemma –Les comunicó, sentándose en uno de los dos sillones de dos plazas, en uno de los extremos, ocupándolo por completo, al tener su abrigo y bolso al lado. Obvio, que no pensaba retirarlos, dejando el espacio reservado para su amiga-. Llega en media hora, que vayamos pidiendo el café.
O una tila, para aplacar sus ansias de golpear. Pensó Estela, al ver que no alzaba ésta la mirada, para que no viera su sucia jugada.
-Laura –Habló de repente él-. Déjame sentarme a tú lado, creo que, de ese modo, tu hermana no me clavará ninguna espina de su armadura –soltó jocoso, el hombre, causando que su hermana la mirara por un segundo con el ceño fruncido y ella, volteara los ojos al techo algo aliviada.
Se sentó vencedora, pero le duró dos segundos. Su calculadora hermana, cuando vio donde se posicionó, que fue en el fondo, para dejarle el lugar del extremo a Gemma, cuando llegara, le cedió el lugar de su bolso y chaqueta al hombre, quedando éste enfrente de ella. Sus ojos enfrente de ella y sus rodillas, rozando con las de ella...
¡Capullo! Le gruñó mentalmente, cuando éste se aguantó notablemente una carcajada. ¿Pero qué rollo, tenían ésos dos? El que fuera hermanastro de Gemma, lo hacía ahora el mejor amigo de Laura... Algo sabían, y no le decían...

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