viernes, 20 de octubre de 2017

Amor en Alaska 4°



Se recogió el cabello y trató de ignorar la imagen que le devolvía el espejo, tomó sus cosas y salió.
Camino a la tienda pensó que quizás necesitaba alguna actividad, algún hobby que mantuviera su mente ocupada en lugar de desvariar, pero tampoco  tenía tiempo para ello. El trabajo tendría que bastar, como siempre.
Fue un día ocupado, había llegado mucha mercadería y tenían muchos clientes, eso la mantuvo ocupada y lejos de sus inquietudes. Los dos días siguientes fueron igual  hasta que  su rutina laboral fue interrumpida por la llegada de Kenai, venía acompañando a Evan, como desde que eran chicos, pero Rachel fue más consciente de su presencia. Incluso contó mentalmente el tiempo que había pasado desde la última vez que lo había visto.  Se sintió inquieta por eso pero no tuvo tiempo de profundizar pues uno de sus empleados se acercó cargando unos faroles que habían llegado y tropezó dejándolos caer. Hubo un estruendo, exclamaciones y  trozos de vidrio saltando por doquier. Rachel quedó rodeada por los fragmentos, de hecho sentía ardor en un tobillo así que imaginaba que alguna esquirla había llegado a cortarla.

-Lo siento…- se disculpó el empleado y antes que ella tuviera tiempo de responder, se vio levantada en el aire y depositada sobre el mostrador. Kenai  se había acercado presuroso y la había levantado como si fuera una niña pequeña.
-¿Qué haces?- preguntó sorprendida mientras él aún tenía sus manos sobre sus caderas.
-Quédate aquí hasta que limpien, podrías cortarte.
-Es una tontería- dijo e intentó bajarse, pero él la mantuvo sujeta y se giró hacia el empleado y Evan que se había acercado.
-Será mejor que recojan esto rápido, es peligroso.- sugirió y los dos hombres asintieron.
-¿Estás bien? – preguntó Evan a su hermana.
-Por supuesto, ¿podrías decirle a tu amigo que está exagerando?- dijo enfadada. Pero Kenai  tomó su pierna y llegó hasta el tobillo herido.
-No exagero, te cortaste y no llevas un calzado aceptable para caminar sobre el vidrio.- dijo indicando sus zapatillas deportivas livianas, él, en cambio, llevaba botas de suela gruesa.
-Es un cortecito de nada.
-Da igual, baja cuando limpien. O puedo llevarte hasta donde no haya vidrios- sentenció y ella se lo imaginó cargándola.
-Está bien, me quedaré aquí hasta que limpien. Aunque me siento como una idiota, soy una chica dura, ¿sabes?
-Lo sé, dirás lo de ser mujer de Alaska de nuevo y todo eso. Yo creo que también eres bastante descuidada, al menos cuando se trata de ti misma.- le dijo inclinándose hacia ella, cerca , muy cerca.
-Soy la jefa aquí, no puedo detenerme por tonterías.
-A veces es bueno detenerse- discutió él.
-Dudo que podamos limpiar si no te mueves, Kenai – indicó Evan al tiempo que le golpeaba los pies con un escobillón y eso lo hizo alejarse de Rachel. Apenas despejaron el piso de los vidrios rotos, ella descendió.
-¿Qué necesitabas además de rescatar gente que no necesitaba ser rescatada? – le preguntó ella un tanto molesta. En realidad se sentía algo avergonzada, él había actuado con tanta rapidez, tan decidido sin darle ni tiempo a reaccionar, y se había sentido  pequeña, femenina y , extrañamente, protegida. Y no quería sentirse así, no estaba acostumbrada.
-¿Qué necesito…? Varias cosas, de hecho tengo una lista. Y rescatar damiselas no estaba en ella, créeme- le dijo.
-Está trabajando en algunas embarcaciones para el festival, así que vino a buscar algunos materiales…- explicó Evan y Rachel asintió. Kenai diseñaba embarcaciones, algunas las realizaba el astillero familiar, otras las hacía él en forma artesanal y otras las realizan grandes astilleros de la capital. Parecía tener buena reputación en su campo. Pronto se haría un festival de embarcaciones, era una nueva atracción turística y por lo visto él participaría.
-Lista larga…- dijo Kenai llamando su atención y le tendió un papel con las anotaciones de lo que necesitaba.
-De acuerdo, iré a ver qué tenemos o si se puede conseguir.
-Quedo en tus manos – dijo él y ella pestañeó aturdida, tenía una manera de decir las cosas que siempre dejaba lugar a segundas interpretaciones.
-Ya vuelvo- casi tartamudeó ella y al alejarse un poco se volvió hacia él- Gracias por lo de antes – soltó algo reacia y él le sonrió.
Durante unos instantes, antes que Evan se acercara reclamando su atención, Kenai se quedó observando a Rachel. Hubiera querido decirle que era ella, y sólo ella quien despertaba aquel instinto sobreprotector en él. Y también que había esperado mucho tiempo para ser el hombre que pudiera estar a su lado.

Rachel volvió poco tiempo después para informarle a Kenai lo que tenían en existencia de su lista y lo que necesitarían encargar, si aún lo quería.
-¿Y cuánto tiempo tardaría?- preguntó cuando ella le explicó
-SI lo solicito con el pedido actual, en dos días estaría aquí – le respondió con aquel aire de eficiencia que siempre la acompañaba.
-De acuerdo, encárgalo. Me llevaré ahora lo demás – le dijo y ella llamó a un par de empleados para que le trajeran el pedido y lo ayudaran a cargarlo en su camioneta.
Kenai pagó y se despidió.
Sólo al verlo marcharse, Rachel fue consciente de lo tensa que había estado, casi en alerta. Casi sin darse cuenta empezó a pensar en cómo evitarlo cuando viniera a retirar los materiales restantes. Luego se dio cuenta que estaba siendo infantil, era Kenai, el mismo que conocía desde que era un niño. El que siempre había estado con su hermano Evan, el mismo al que había preparado la merienda innumerables veces, al que había ayudado con la tarea, el que había visto crecer. Era el mismo, sin embargo  la estaba confundiendo, y eso no le gustaba.
Aún así , su intención de no verlo muy pronto no se cumplió, de hecho , ella misma fue a buscarlo.
Un par de días más tarde llegaron los materiales y, como no pudo localizar telefónicamente a Kenai para que pasara a buscarlo, le pidió a Evan que se los llevara.
-Pero tú vas hacia allá, irás a llevarle su pedido al Sr. Robertson, la casa de Kenai está muy cerca. Ha de estar tan concentrado trabajando que se olvidó de recargar  su teléfono.- le dijo su hermano.
-Pero…
-No tendrías que desviarte mucho, Rach. Sería una pérdida de tiempo que también fuese yo. Tenemos mucho trabajo aquí – dijo él y odió que por una vez su hermano fuese sensato.
Rachel intentó llamar a Kenai una vez más antes de salir a repartir los pedidos, pero no pudo localizarlo, así que finalmente cargó su pedido en la camioneta y se dirigió a las entregas. No solía hacer ese trabajo, pero el Sr. Robertson era un cliente muy particular, para ser exactos era un anciano con muy pocas pulgas que sólo congeniaba con ella, así que la mujer solía ser quien trataba con él y le llevaba sus pedidos. Desafortunadamente, Kenai vivía muy cerca de allí. Hasta donde Rachel sabía, él se había mudado allí tras volver de la universidad, había preferido tener un lugar propio y no regresar a casa de sus padres.
Condujo hasta la casa de Robertson, le entregó los materiales, charló un rato con él y luego siguió conduciendo hasta la de Kenai. Su casa estaba ubicada  cerca de la costa, pero en una zona alejada, apartado de la zona céntrica. Era un lugar tranquilo, rodeado de antiguos árboles.  Rachel conocía el lugar pero nunca le había prestado demasiada atención, era un lugar bastante grande para ser la vivienda de un hombre solo, claro que también tenía su taller allí. Estacionó y se acercó a la entrada, no había timbre así que golpeó la puerta, pero no respondió nadie. Volvió a golpear y sintió unos ladridos, por lo visto Nieve se había percatado de su llegada. Sin embargo no fue la puerta principal la que se abrió sino otra, la del taller. Nieve salió corriendo hacia ella y detrás se asomó Kenai. Llevaba una camisa abierta y arremangada sobre una remera desgastada, su cabello estaba más desordenado que de costumbre.
-¿Rachel?- preguntó acercándose.
-Traje los materiales que pediste- se explicó.
-Debiste llamarme para que los buscara.
-Lo hice, varias veces, pero según me reveló Eva, no atiendes el teléfono cuando estás ocupado.-le dijo y él esbozó una sonrisa.
- Me temo que es verdad, es posible que esté demasiado entusiasmado con mi trabajo.
-¿Tanto te apasiona? – preguntó. De repente le había dado mucha curiosidad, para ella su trabajo era parte de su vida, una muy importante, pero no podía decir que fuera algo que la apasionara.
- Si, ven, te mostraré – le ofreció.
-Sólo vine a dejar esto.
-Lo descargaré en un rato, vamos, dedícame unos minutos. Deja que los demás se ocupen de la tienda, y toma un descanso para un beber un café- la invitó y ella no pudo resistirse, mejor dicho, no quiso pues le daba mucha curiosidad conocer el trabajo que lo hacía olvidarse hasta de responder su teléfono.-Ven –insistió y Nieve se puso a su lado, presionándose contra ella, como si también la quisiera guiar al interior.
-De acuerdo, unos minutos – dijo  y siguió a Kenai al interior del taller.
Era muy grande, había herramientas, una mesa de trabajo, un tablero,  una computadora y hojas con distintos diseños. Y  también había una embarcación a medio hacer, era un modelo similar a los que usaban los antiguos pueblos del lugar, no parecía tener capacidad más que para tres personas.
-Es para el festival, es una réplica de las que navegaban mis ancestros, sólo que las originales eran con pieles de foca y yo las reemplacé por un nuevo material sintético.- explicó entusiasmado.
-¿Y flotará?
-Eso es lo que quiero averiguar tan pronto sea posible, por eso he estado tan ensimismado en mi trabajo, en teoría debería funcionar, quiero verlo navegar.
-Seguramente lo hará- dijo Rachel casi sin darse cuenta.
-¿De verdad?
-Bueno, quiero decir si alguien trabaja tanto  debería salir bien, ¿verdad?
-Me temo que el esfuerzo no siempre es recompensado con buenos resultados, pero creo que esta vez será un éxito. Y no quiero sonar engreído – respondió y sonrió. Luego la guío y le explicó sobre otros proyectos y lo que estaba preparando para el festival- ¿Irás, verdad?
-Sí, creo que todos en Sitka irán.
-¿Quieres un café?- preguntó y aunque Rachel estuvo por decir que no, aceptó.
-De acuerdo.
-Ven – dijo él y para sorpresa de la mujer no le dio un café allí, sino que la invitó a su casa, en el taller había una puerta que lo llevaba directamente a la casa y ella pudo conocer donde vivía Kenai. Era un espacio mucho más chico que el taller, un espacio abierto donde se reunían la amplia cocina, living y comedor. Aparte estaba el dormitorio y el baño.
-Tienes una linda casa, es cálida – observó pues era la sensación que le había trasmitido. Era un lugar muy masculino, pero al mismo tiempo trasmitía calidez.
Él la invitó a acercarse a la cocina mientras preparaba el café. Y una vez más Rachel se sorprendió. No era café de máquina, sino de filtro, Kenai lo preparaba minuciosamente dejando caer el agua en círculos sobre el café molido, casi en un ritual. Había algo hipnótico en verlo preparar el café.
-¿No es mucho trabajo prepararlo así? – preguntó ella acodándose frente a él. Kenai la miró de reojo.
-Hay cosas que valen la pena el trabajo y el tiempo que se les dedica. No siempre hay que ir apurados – le respondió y luego le sirvió en una taza. El aroma era delicioso y sabía muy bien.
-Está muy bueno.
-¿Ves? Valió la pena- dijo él tomando a su vez un sorbo de su propia taza y mirándola.
- A veces , suenas como alguien mucho mayor- le dijo sin poder evitarlo.
- Quizás sea un alma vieja. Y además tengo treinta y tres años, Rachel, sigues insistiendo en verme como un niño, pero no lo soy .
-Bueno, es imposible no hacerlo. Te conozco desde que eres un niño. Aunque admito que no tienes la misma actitud que Evan, ojalá fuera más maduro.
-Me temo que Evan será Evan aún a los ochenta- dijo él sonriendo.
-Sí, eso creo. Bueno, gracias por el café, pero debo seguir viaje. Y supongo que desearás volver a tu trabajo.
-En realidad, gracias a ti por obligarme a tomar un descanso. Y deberías intentarlo alguna vez.
-¿El qué? ¿El café?
-No estar tan apurada, Rachel. Ir con más calma.
-Tal vez alguna vez, la paciencia no es mi fuerte. ¿Descargamos los materiales?
-De acuerdo- aceptó él y descargaron el pedido de la camioneta, luego ella se despidió de Kenai y le dedicó unas caricias a Nieve antes de volver a subir a la camioneta.
Él la observó irse y pensó que era una suerte que él si fuera paciente.

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