viernes, 29 de septiembre de 2017

Tan sólo amor 23° Gaby Ruiz



Mía paseaba por el parque principal de la pequeña ciudad, recordando las caminatas que daba con Marcos, al segundo día de cada una de sus llegadas. Era su rutina, según él le decía bromeando y ella ya se estaba acostumbrando a los recuerdos del tiempo juntos. Sus recuerdos. ¿Por qué era tan difícil aceptar que hizo lo correcto? Eso había creído y tenía toda la certeza que había sido así.   
Pero el tiempo pasado le había hecho dudar sobre su decisión. Renunciar a Marcos para que los dos fueran felices. O eso había pensado mientras le escribía la carta que le había enviado, la cual no había contestado, tal como esperaba. Ni siquiera había tenido una noticia de él.  En absoluto.  Y no podía negar que estaba decepcionada, profundamente.

Su corazón no tenía nada en claro, la confusión cada vez era más grande entre lo que sentía realmente o lo que creía sentir. Es que estar tanto tiempo sintiendo que se amaba a alguien y de pronto darse cuenta que no era real, era muy difícil.  ¿Qué tal si estaba equivocada? Cada vez lo pensaba más y más… encontrándole un nuevo sentido.
Había amado tanto tiempo a Sean que se había acostumbrado a su presencia y al amor que sentía por él, jamás se había cuestionado que podía no amarlo.  De que tan solo fuera la idea de amarlo lo que los unía. ¿Cómo podía tener duda alguna sobre el futuro que tantos años había soñado? Por eso imaginaba que nunca se lo había planteado, ni siquiera cuando él había muerto.
Era tan joven y jamás había esperado ese desenlace tan triste. Los padres de Sean le habían brindado todo su cariño pero ella, aún cuando los apreciaba, había decidido que lo mejor era cortar todos los lazos que le unían a él y, quien sabía por qué, eso había hecho que limitara sus lazos familiares también.  Tal vez le ponía incómoda la mirada de lástima que le dedicaban, incluso se volvió tan paranoica que veía esa misma mirada en cada persona a su alrededor.
Por eso decidió alejarse y terminó viviendo ahí, en ese pequeño lugar donde todos se conocían y le recibieron con los brazos abiertos. Ahí donde no tenía ningún pasado que todos comentaran con lástima y curiosidad. Una vida por delante y… ahora nuevamente, tenía la idea de desaparecer, porque si bien Sean era un recuerdo pasado, muy lejano, Marcos era alguien presente, que seguía ahí y que cada lugar o momento se lo recordaba. Incluso las personas.  ¡La tentación de huir era enorme!
Solo que no tenía en claro hacia dónde. ¿Italia? ¿Se atrevía a ir por Marcos? ¡Tenía mucho miedo! Ella le había pedido que la olvidara, que dejara su amor y fuera feliz.  ¿Qué hombre dejaría de escuchar eso? Después de todo lo que le había dicho, asegurándole que no se creía capaz de amarlo… bueno, ella no lo culparía.
Le dolería tanto si fuera así pero ella necesitaba cerciorarse de qué había sucedido con él.  ¿Estaría enamorado? ¿Saliendo con varias mujeres? Porque ¿quién se resistiría a estar con alguien como Marcos? Solo una idiota, como ella.  Y si… ¿la amaba aún?
No podía ni imaginarse lo que sería que él siguiera amándola, siendo el maravilloso hombre que había conocido. No sabía por qué era tan importante eso para ella, pero lo era. Vital para saber que no se había equivocado al decidir dejarlo ir. Marcos…
¿Pensaría aún en ella? ¿Podía ser que considerara la idea de buscarla nuevamente? Porque sabía que le había hecho daño. ¿Podría perdonarla? ¿La escucharía siquiera, si llegaba de sorpresa, como la última vez?
Quería pensar que podía arriesgarse nuevamente, ya que la última vez todo había salido muy bien.  Si tan solo hubiera notado antes que estaba tan enamorada de él.  Porque lo estaba. ¿Para qué negarlo?
No podía ignorar por más tiempo una verdad, que aun cuando pensó que no pasaría de nuevo, ahí estaba.  Amando a un hombre que se había adueñado de su corazón sin que ella siquiera lo notara. ¿Qué iba a hacer? ¿Qué?
Después de la carta solo cabía una cosa por hacer, solo una. Ir a Italia y volverlo su país. Lo que fuera necesario por Marcos, esta vez era ella quien tenía que demostrarle su amor y lo haría.
En menos de 1 año viajaba por segunda vez, inesperadamente a Italia.  La despidieron pero no le importó demasiado, podía encontrar un nuevo trabajo y un nuevo lugar para vivir si era necesario.  No sabía que pasaría, pero esperaba encontrar su felicidad. ¿Era pedir demasiado una segunda oportunidad para ser feliz?
Empacó una maleta en cuanto tuvo confirmación del vuelo.  Llamó a la persona que se encargaba de su departamento cuando no estaba, pues aún tenía que decidir qué haría luego de ver a Marcos. En realidad, tenía que esperar a ver la situación de él y eso resolvería la decisión que tomaría.  Sabía que se iría, pero aún no tenía ni idea a dónde; por tanto, su lugar ahí permanecería por un tiempo más hasta su decisión.
El viaje se le hizo corto, pues estaba tan nerviosa que el tiempo para enfrentar la realidad había volado. Trató de respirar hondo, para calmarse mientras tomaba un taxi hasta el departamento de Marcos. ¿Y si él la había olvidado? ¿Qué estaba haciendo?
Parada ahí, se arrepintió de no haber ido primero a instalarse en el hotel que se había quedado la vez anterior en Italia pero no podía esperar para verlo.  Marcos…
Sonrió al verlo aparecer en la puerta, miraba hacia adentro, por tanto aún no la había visto. Así que se perdió su reacción cuando ella notó que él no estaba solo. Una mujer extremadamente hermosa y joven salía con él y le sonreía.   Su corazón se saltó varios latidos y al final, se detuvo cuando encontró los ojos azules que tanto amaba.
– Marcos… –susurró, tratando de componer su mejor sonrisa y olvidar que estaba parada, en medio de la calle, con una maleta; haciendo el mayor de los ridículos frente a él, que evidentemente, se sentía muy bien sin ella.
– ¿Mía? –pronunció él con sorpresa y a continuación esbozó una sonrisa… muy normal y tranquila.  Casi… ¡indiferente!– ¡qué gusto verte aquí!
La rubia que lo acompañaba giró y la miró con curiosidad, sin duda alguna, ella no tenía ninguna relación familiar con él pues no la había visto nunca antes.
– Si, quería pasar a visitarte… –Mía no pudo evitar notar la maleta que aún llevaba, y que parecía atraer poderosamente la atención de esa mujer– ya que estoy en Italia, de vacaciones…
– Claro, ¡vacaciones! –asintió él caminando hacia ella y la rubia lo siguió muy de cerca– qué grosero –dijo tomando la mano de la chica– Mía, te presento a Alessandra. Ella es…
  Mucho gusto –contestó Mía de inmediato, sin dejarlo terminar.  No quería escuchar lo que esa joven hacía en su departamento ni que era para él. No podía– creo que debo ir a instalarme.
– ¿Dónde te quedarás? –preguntó Marcos sonriendo– ¿tienes una reservación?
– No exactamente… soy muy descuidada con esto de planear viajes –trató de reír, pero sonaba tan fingida que cesó el intento– me ha encantado volver a verte, Marcos. Alessandra, todo un gusto –soltó sin poder evitar un toque de desdén por la mujer que le había robado el hombre de sus sueños.
– Mucho gusto, Mía –ella tomó su mano y le sonrió. Mía no pudo evitar poner en blanco los ojos, ya que la mujer era muy amable– ¿te ha gustado Italia, entonces?
– Bastante –contestó con sequedad Mía.
– Oh… Marcos, creo que es mejor que me vaya –Alessandra lo miró y le besó en la mejilla– he traído mi auto, no tienes por qué molestarte.
– Gracias Alessandra –él le dio otro beso en la mejilla, sonrió y se despidieron.  Mía observó el intercambio con curiosidad y una punzada de celos.
– Adiós Mía –Alessandra se acercó pero Mía se giró y ella entendió, dirigiéndole una mirada interrogante a Marcos y se alejó.
– ¿Mía? ¿Por qué has sido tan grosera con Alessandra? –Marcos dijo con calma, aunque una sonrisa jugaba en la comisura de sus labios.
– ¿Grosera? ¿Yo? –Mía hizo un mohín– no me agradan las modelos rubias que quieren ser amables, como si no supiera lo que piensan de alguien como yo… –se miró con gesto contrariado. Seguro se veía tan mal y esa Alessandra solo se burlaba de ella.
– ¡Ay, Mía! ¿Qué haré contigo? –rió Marcos estrechándola entre sus brazos– ¿y qué ha hecho mi querida amiga en este tiempo?
Ella no pudo evitar hacer una mueca ante la palabra “amiga” que había usado Marcos.  ¿A qué estaba jugando? ¿Se burlaba también de ella?
– Nada interesante… –contestó y siseó– al menos no tan interesante como lo que tú has hecho, ya veo.
– ¿Qué has dicho? –preguntó Marcos, con los ojos brillantes de la risa contenida.
– Nada… –Mía clavó sus ojos grises en el rostro de Marcos, frunciendo el ceño– ¿qué es tan gracioso? Y cuida bien lo que vas a decir… –amenazó.
– Bien… –Marcos se separó de ella pero la estrechó brevemente de nuevo– ¿te puedo acompañar a instalarte y hablamos?
– ¿Hablar? ¿Qué querría hablar contigo de todas las personas?
– Estás siendo muy injusta, Mía.  Eres terca y sacas conclusiones prematuras.
– ¿Tú crees? –Mía replicó con sarcasmo– ahora resulta que ver a un hombre como tú saliendo de su departamento con una mujer así es imaginar. Yo sé lo que vi.

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