miércoles, 5 de julio de 2017

Tan sólo amor 15° - Gaby Ruiz



Mía reprimió un mohín pero no se dejó intimidar. Ella necesitaba saber ante qué se enfrentaba.  ¡Cuántas mujeres debieron ser parte de la vida de él! Es que era imposible que no fuera así.  No había manera.
  Cuando nos conocimos –empezó Mía, sin saber bien qué decir– ¿hace cuánto tiempo no tenías una “relación”?
– ¿Una relación? –Marcos suspiró y la miró– bien, hace meses que no salía con ninguna mujer, si es esa tu pregunta.
Mía asintió, satisfecha. Él se sentó a su lado.
  ¿Viajas mucho? –preguntó con tono desinteresado.
– Cuando es necesario –contestó de inmediato.
– ¿Solo?
– La mayoría de las veces.
– ¿Cuándo no?
  Cuando debo viajar desde Italia con otra persona, por supuesto.
– Por supuesto –ella lo miró sin una pizca de humor.

  Otra persona que pertenece a los negocios que atiendo en ese instante.
– Ah… –Mía intentó disimular el suspiro de alivio– ¿cuándo saliste con alguien por primera vez? ¿Qué edad tenías?
– ¡Mía! –reprendió Marcos levantándose– todos tenemos un pasado.  ¿Por qué no lo dejamos así?
  ¿Por qué hacerlo? –Mía gruñó– ¿tienes algo que ocultar?
  Estás paranoica –contestó él con desgana– y estoy seguro que no acertarías nunca.
  ¿Qué no? –ella sonrió ante el reto– estuviste involucrado con demasiadas mujeres y eso haría que tu historia de amarme al instante fuera menos creíble.
Marcos inspiró, tratando de calmarse. Mía podía lograr que su calma huyera al instante, siendo reemplazada por una increíble impaciencia.  Lo descontrolaba.
  ¿Por qué me preguntas todo esto? ¿No confías en mí?
  ¿Por qué debería? Sé que algo ocultas, de lo contrario…
– No oculto absolutamente nada –Marcos puso los ojos en blanco– es que no me gusta hablar demasiado del pasado.
  Yo no tengo ningún problema si tengo que hablarte a ti de…
– Lo sé –asintió Marcos, elevando una mano para callarla– no necesito saber de él.
  Lo siento –Mía hizo un gesto extraño, que él no le había visto antes.
– Bien, si significa tanto para ti… –Marcos le abrazó y ella, aunque reticente al inicio, se dejó estrechar por él– contrario a lo que tú pareces pensar –empezó Marcos– no he salido con demasiadas mujeres. Ni siquiera podría decir que son varias. Mía, mis “salidas” nunca fueron muchas porque no era algo en lo que pusiera demasiado empeño. Rara vez tenía la oportunidad y el tiempo… solo por si llegaba a conocerte a ti.  Pero hasta la boda, no te encontré.  Ni siquiera lo habría imaginado, no pensé que existieras hasta que te vi y supe que era lo que esperaba. Lo que quería para amar. A ti.
– Ay, Marcos –ella se giró a abrazarlo. Quería demostrarle cuanto significaba lo que había dicho– solo que no lo entiendo. ¿Cómo es que las mujeres no se echan a tus pies?
– ¿Tú no lo entiendes? ¡Huiste de mí! –se burló él– ¿lo olvidaste?
– ¡Me asustaste! En mi defensa, digo que no creo que vayas diciendo a todas las mujeres que las amas ¿cierto?
– No, solo a ti –repitió él encogiéndose de hombros– ¿lo ves? No soy nada bueno con esos temas.
– ¿Qué no? ¡No he conocido a un hombre que sepa más lo que quiere una mujer que tú! Y que lo pueda dar. Tú lo tienes todo. ¿Cómo es que las mujeres de Italia no lo ven?
– ¿Cómo? Efectivamente –se rió Marcos– tú eres la única que lo ve. Además, yo no era de mucho interés junto a Alex y André.
  ¿Los conoceré esta noche, cierto? –preguntó Mía con curiosidad.
– Así es –confirmó él– pero no te dejaré con ellos mucho tiempo –dijo, mitad serio y mitad en broma– en Alex confiaría pero en André…
– ¿Tu propio tío? –preguntó ella con espanto y sonrió divertida.  Él asintió.
– André puede ser toda mi familia que quieras pero creo que nadie, en absoluto, le confiaría una mujer a él.
– ¿Tan malo es? ¿Y tú nunca fuiste así?
– No, Mía –Marcos se puso serio– yo siempre quise a alguien a quien amar.  No me interesaba lo demás si no tenía a quien amar. Por eso es que tú eres tan importante para mí.  ¿Algo más, amor?
Ella negó, incapaz de hablar.  Amaba a Marcos. Sabía que lo amaba, aun cuando no pudiera ponerlo en palabras.  Dejó que él tomara sus labios y deseó que él pudiera adivinar cada uno de sus pensamientos no expresados.
– Marcos… –Mía abrió los ojos, tras varios minutos en silencio, para mirarlo– no respondiste a mi pregunta, aún.
Él trató de componer una sonrisa, pero ella sabía que no estaba feliz que ella retomara el interrogatorio. Sonrió.
  ¿Ahora qué, Mía? –suspiró irritado– pensé que era un tema cerrado.
– Nunca será un tema cerrado, Marcos –negó ella inocente– pero una más, por este día.
  Bien, ¿cuál será ahora? –inquirió, rindiéndose.
– ¿Cómo supiste del sabor del helado? –Mía interrogó con entusiasmo– y las rosas.  Además siempre sabes que decir, que hacer, que no hacer. ¿Cómo es posible?
  Es una exageración –le restó importancia– no siempre lo sé –respondió, evasivo. Cuando salía el tema del pasado de Mía con Sean, por ejemplo. Él se sentía totalmente incómodo y molesto.  Nunca tenía palabras que decir ni ánimo de escuchar nada. Solo pensar que Mía lo amaba a él, que quizás nunca lo olvidaría porque los recuerdos no perdían fuerza… solo se hacían más perfectos con el pasar de los años.
– ¿Marcos? ¿No me responderás?
– Ah sí –volvió al presente. Intentó recordar la pregunta y asintió– imagino que todo se refiere a la manera en que me crié. Siempre rodeado de mujeres, Mía.  Beth, Danaé, Aurora, Rose e incluso Daila. Al contrario de a muchos hombres, incluidos André, Alex y varias veces Christopher, a mí no me parecían aburridas o superficiales sus charlas. Eran muy educativas –sonrió él ante la mirada de ella– te dije que te decepcionaría, Mía.  Porque no soy ningún mujeriego que aprendió sus “tácticas” de miles de mujeres que pasaron por sus brazos. Al contrario, siempre las quise como mi familia y aprendí mucho de ellas.  Como tratar a una mujer, muchas veces fallé en saber que decir pero otras tantas lo supe muy bien.  Eran mis amigas y las apreciaba y respetaba tanto como a mis amigos, hombres.  Es sencillo. Una mujer necesita ser escuchada con interés, como todo ser humano.  No ser subestimada. 
– ¿Cómo, en verdad, es que nadie te apartó de mi camino? –Mía lo miró con admiración– no sabes cuánto admiro lo que eres. Cuanto aprecio tus palabras y…
  Lo sé –sonrió Marcos con tristeza– me admiras, me aprecias y quieres. ¿Eso es todo, cierto? –se encogió de hombros, y cambió de tema– lo del sabor de helado no fue difícil. Te había observado durante la fiesta, en la boda.  Además, una tarde que llegué a la Mansión Ferraz, casa de Danaé –explicó– estaba reunida con Beth, Aurora y Rose.  Las saludé e iba a retirarme educadamente, pero me pidieron que me quedara.  Querían una perspectiva masculina decente, según me dijeron. Sonreí y les seguí el juego. De un momento a otro, una de las cosas que hablaron fue de sus sabores favoritos. Discutieron y entre risas, Beth dijo que el chocolate, que un hombre no podría equivocarse si elegía chocolate y se lo daba a una mujer. Aurora asintió y añadió que vainilla, porque era todo un clásico. Así que hubo un consenso general que chocolate y vainilla nunca decepcionaban.  Yo me divertía escuchándolas y, cuando ya era demasiado para mí, soy solo un hombre a fin de cuentas, me despedía y me iba. Siempre reflexionando lo que había escuchado –sonrió divertido por la expresión que mantenía Mía.
– No, realmente no eres real –Mía se acercó a abrazarlo– no puedes ser real.
  Lo soy –contestó estrechándola en sus brazos– y estoy contigo.
– Nunca me dejes.  ¿Lo prometes?
– No podría.  Es imposible siquiera considerarlo.
– Sí, es imposible –Mía lo miró a los ojos– ¿sabes? Eres un sueño. Mi sueño.

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