jueves, 20 de julio de 2017

Noches En El Balcón 36

Su respiración, iba totalmente acelerada, mientras se hallaba escondida tras la puerta de su dormitorio, con aquel palo de madera, que su padre le había regalado el día que se había independizado.
Tenía mucho miedo.
Alguien había entrado en su casa. Puede que fueran los mismos, que entraron en casa de Eric, tratando de robar información. Puede que aún quedara alguno suelto, y éste, al saber que era su secretaria y amiga, habría pensado que tal vez, ella podía tener información privilegiada.
¡Joder, también sabía que era una imbécil!
El teléfono suyo, descansaba perdido entre las sábanas de su cama. Había sido tal, la impresión al escuchar a alguien deambular a altas horas de la madrugada por su casa, que no había caído en pedir ayuda por aquel medio.

Pero si no se equivocaba, ya era demasiado tarde, para ir en su búsqueda. El asaltante, iba directo al dormitorio. Es como si conociera perfectamente la estancia...
Dejó de respirar, cuando lo escuchó al lado y como, por la puerta entraba un halo de luz débil y tintineante.
Dios, dios, dios...
Pensó con los ojos apretados por un segundo y mordiéndose, el labio inferior asustada.
Estaba sola y tenía que ser valiente.
Dentro.
El individúo, acababa de pasar por el marco de su puerta abierta. Un paso, dos pasos... Y ahí estaba, delante de ella dándole la espalda, mirando por su dormitorio, suponiendo que en su búsqueda.
Y ahora, le tocaba a ella.
Aspiró una vez, dos veces... Alzó sus brazos con el palo entre sus manos.... Y hombre al suelo...
-Vaya –Soltó incrédula, allí parada en la oscuridad del dormitorio, al ver lo fácil que había resultado el derribar un hombre de aquel tamaño. Quien ahora, se hallaba inconsciente, gracias al regalo de su padre. Debía darle las gracias con una buena botella de vino.
Achicó sus ojos, pues entre la oscuridad su cuerpo le estaba alertando de algo. Se sentía nerviosa y agitada... Un cosquilleo, que solo le causaba Jordi en una misma habitación.
Dejando a un lado, su seguridad de salir corriendo y avisar a la policía, se agachó al suelo al lado inerte de aquel cuerpo, para sujetarle el pelo y alzarle el rostro girado, pero no hizo falta más... Aquel cabello....
-¡No! –Exclamó asustada al ver que se trataba de él. Comprendiendo, que la humedad que sentía en la mano, que había tocado el cabello, era sangre, a causa del golpe que ella, le había atizado.
Con lágrimas en los ojos, saltó a la cama y rebuscó por unos segundos, hasta hallar su móvil y ponerse en contacto, con Eric. Quien seguro le respondía al instante.
Y así fue.
-Creo que acabo de matar a tu hermano –Lloró histérica-. Ven a casa y llama una ambulancia, corre –Escupió veloz, soltando el aparato al suelo y corriendo a buscar una toalla, para poder apretarla en el lugar de la brecha. Mientras con su otra mano, lo acariciaba con cariño y le pedía que despertara. 
El sol, empezaba asomar por el horizonte, cuando Elisabeth, por fin podía respirar con calma y sola, tras el mayor sentimiento de vergüenza, que había pasado con los padres de Jordi.
Soltó un profundo suspiro, ante la puerta verde oscuro, cerrada del dormitorio asignado al hombre, para que descansara por aquel día.
Desde que había despertado, que aún no lo había visto. Se sentía avergonzada y asustada.
El pobre, estaba bien. Solo tenía que sufrir el dolor de un buen chichón, pero no había nada más que lamentar por fortuna.
 Recordaba, que primero había llegado Eric y rápido, habían acomodado mejor al chico, no sin recibir un buen rapapolvo por parte de él, y mordiéndolo también ella al segundo, pudiéndole recriminar, que todo aquello no hubiera ocurrido, si no hubieran utilizado su llave de aquella manera.
Fue, cuando Eric vio la rosa en el suelo bajo la cama, para cogerla con una sonrisa leve y entregársela.
Allí, fue cuando empezó su llanto descontrolado. Cuando no se percató de la llegada de la ambulancia, solo veía al hombre tumbado con los ojos cerrados y sangrando.
Un hombre, que jamás se hubiera esperado que le fuera a entregar una rosa con un anillo colgando de ella.
Algo, que no se creía posible que fuera a ocurrir en la vida.
Llevaban años sin soportarse. Solo hacían que tirarse pullas.
¡Y el muy idiota, aparecía con un anillo!
¿Qué tenía que pensar o esperar? Y ahora, cómo se suponía que tenía que ir a trabajar con su madre.
Quien, tras relajarse al ver que su hijo se hallaba bien. No había parado de reírse dentro del dormitorio.
Ella, desde el fondo del pasillo la había escuchado todo el rato.
Sí, era un cobarde. Aún no había entrado allí a verlo. No sabía qué hacer, estaba atacada de los nervios.
Pero hacía tres minutos, los padres de Jordi y Eric, se habían ido de allí dándole unas palmadas en el hombro y un guiño de ojos. Pudiendo escuchar en el último momento, como la mujer volvía a reírse, justo al entrar en el ascensor. 
¿A qué venía tanta risa? ¿Qué diantres les habría contado Jordi? Si es que tenía unas ganas de pillarlo del pescuezo, y que dijera qué era tan gracioso. Casi, lo había matado.
Aspiró con fuerza. Tenía que entrar, él estaba allí y suponía que tendría ganas de verla... O no, tras haberle atizado tan fuerte... ¡Pero él se lo había buscado, diantres!
Pero una vez más, se sorprendía cuando la puerta se abrió de sopetón, de la mano de él, que nada más toparse con su rostro, se la quedó observando en silencio con cierta burla.
Pillada. Ya no había escapatoria alguna, pensó tragando saliva, de forma costosa.
- ¿Tan difícil, es entrar en mi habitación? –Soltó sin más, con cierto tono de reproche.
No quería molestar –Se sonrojó un poco-. Estaba aquí tu familia y…
- ¿Y entonces, tú no lo eres? –Soltó aquella vez con gran sarcasmo.
No deberías estar en reposo –Achicó los ojos, volviendo a emplear el mismo tono condescendiente con él, al ver como la acribillaba a preguntas comprometedoras.
-Cobarde –dijo el hombre, para darse la vuelta y volver en dirección a la cama-. Un reposo, que no me haría falta, si no fueras pro ahí atacando con un palo de madera.
-Elisabeth, cerraba tras de sí la puerta, cuando Jordi, le lanzaba aquella acusación.
-No soy cobarde –Protestó con el ceño fruncido.
-Sí que lo eres –Volvió a indicar con tono pausado el hombre, cubriéndose las piernas con las sábanas-. Te recuerdo, que te escondiste en casa de Yola –Hizo una mueca con los labios-, como también te escabulliste de allí… Eso, es ser cobarde –Volvió acusarla.
- ¡Y dale! –Soltó molesta la chica, soltando su bolso en una mesa que había allí, para acercarse hasta él, con los brazos en jarra-. No soy cobarde. Es más –Se cruzó de brazos nerviosa-. Todo esto, no habría pasado, si no hubieras bajado a Barcelona en mí búsqueda…
-Tenía que venir –alzó las comisuras de sus labios, para guiñarle un ojo-. Te estabas comportando como una completa cobarde, con tus ataques y…
- ¡Pero quieres dejar ya lo de cobarde! –Explotó enfurruñada.
-Y qué quieres que haga, si es el único calificativo que tengo a tu actitud conmigo, por no saber decirme que me quieres –Habló con la mirada puesta en ella.
- ¡Cómo! –Exclamó con voz temblorosa-. Que tonterías estas soltando ahora… ¿Ya te han mirado bien la cabeza?
-Y eso, es otra cosa, que aún estoy esperando… -Se medio incorporó en la cama, para dejar sus piernas colgando de ésta-. ¿Dónde está mi disculpa?
-ME he disculpado, cientos de veces –alzó su mentón con orgullo-. No pienso hacerlo ni una vez más, y menos, sabiendo que lo esperas para reírte de mí –Dijo alzando su mentón con orgullo-. Pregúntale a Eric, si no estás conforme… -Expuso, volviendo a poner los brazos en jarra.
-A mí hermano, ya le pregunté una cosa que me interesaba más –Informó con la mirada entrecerrada.
Elisabeth, estaba que se subía por las paredes. En el bolsillo de la falda que llevaba, descansaba el anillo que portaba la rosa, que había dejado caer en el suelo el hombre, tras recibir el golpe.
Eric, se la había entregado a ella. ¿Pero y si no era para ella? Cabía la posibilidad, de que él solo pasara a seguir con su pulla y de paso, a enseñarle la sortija, que pensaba regalarle a la mujer, que ella le había colado en sus narices aquellos días, y que ahora lo esperaba en Francia.
-Entonces… -Comenzó hablar él, sacándola de sus pensamientos-. Debo suponer, que si no me lo devuelves es porque lo aceptas –Alzó sus ojos a los de ella, con cierta mirada risueña-. Oh bien, eres más cobarde de lo que creía, que te da miedo acercarte a mí –Expuso alzando un dedo-. Oh, eres una joven muy sosa…
-Qué… -dijo nerviosa, ante lo que había expuesto el chico.
-El anillo, Elisabeth –Pidió son borrar ésa sonrisa sexy, que tenía casi siempre-. Dámelo –Ordenó alargando una mano con la palma extendida, sin bajarse de la cama.
-Oh, claro –Reaccionó al fin, con un enorme sonrojo, llevando su mano al bolsillo, para en menos de un segundo, extender su palma también con la sortija en el centro-. Aquí tienes… -Carraspeó un poco-. Se te cayó, cuando te di el golpe con el palo… -Volvió a carraspear nerviosa-. Es muy bonita…
-Cierto. Y tú una tonta rematada –Dijo sonriendo, mientras le agarraba la mano, tras haber cogido la sortija y daba de ella, un tirón suave, para que acabara entre sus piernas.
- ¿Qué hice ahora, para que me sueltes esa acusación? –Soltó enfurruñada, ocultando que se sentía dolida por la pérdida de la sortija. - Encima, que te la guardé y te la traje.
Jordi, hizo un movimiento negativo de cabeza. Soltando a su vez el aire, con un poco de exasperación.
-Prácticamente hemos crecido juntos –Empezó hablar con su tono ronco de voz-. Y casi toda nuestra vida –Exhaló el aire con profundidad-. Hemos sido unos tontos.
Aquello, hizo que ella se atreviera a buscarle la mirada, mostrando curiosidad por el momento pacífico que estaban teniendo.
-Dime Beth –Empleó con ternura, el diminutivo con el que la llamaba, en sus tiempos juveniles-. ¿Por qué nos hemos apartado? ¿Por qué, no viniste a mí cuando rompiste tu compromiso?
Los ojos de Elisabeth, aún lo miraban, pero ahora, eran cargados de lágrimas. Unas lágrimas, que siempre había contenido.
-No quería que nadie pensara mal –Admitió con voz trémula-. Y no quería que tú te sintieras obligado.
Jordi, aspiró y expiró profundamente para alzar su mano izquierda y llevarla a la mejilla suave de ella.
-No hubiera resultado una obligación –Confesó acariciando su rostro con ternura-. Es más, con aquello, sentí que me apartaste de tu lado –Siguió hablando, observando como las lágrimas ya resbalaban como pequeños diamantes por su rostro-. ¿Aún deseas tenerme apartado? –Preguntó con tono leve por temor a no ser correspondido.
-No –Gimió ella, sin dejar de mirarlo-. No quiero que te alejes de mí –Confesó al fin, con una tímida sonrisa.
-Pues no vuelvas a intentar emparejarme –La sermoneó justo antes de atraparle los labios con fuerza y desesperación-. Y por ello ahora te vas a casar conmigo éstas navidades –Soltó de sopetón, alzando su mano izquierda, para deslizarle el anillo-. ¿Te parece bien? –Preguntó con cariño.
-Sí –Respondió entre risas y lágrimas.
-Bien –Asintió con un gesto de cabeza, antes de volver a besarla-. Díselo a mí hermano, que estará desesperado por saber. Que ya le cuento yo a mí madre lo nuestro.
-Oh –Frunció el ceño-. ¿De qué se reía hoy ella?
-De nosotros dos –Respondió con un guiño de ojos-. De recibir yo un palo, cuando iba a proponerte matrimonio…
-Perdona –Dijo al fin, con voz débil, aceptando un nuevo beso.


Las ocho y cuarto de la mañana, era la hora que marcaba el reloj, cuando se le acercaba una alegre Carlota, en donde se hallaba apoyada en espera a que sonara el timbre, para entrar a la primera clase, que era con Eric.

- ¡Buenos días! –Se plantó a su lado, para darle un beso en la mejilla-. ¿Preparada para tu segundo día de instituto? –Cuestionó al ver a la chica algo seria-. ¿Qué te ocurre? Por cierto, me encanta ése pañuelo de piedras naranja que llevas anudado al cuello es…

- ¡Es por culpa de Eric, que cuando pueda lo mato! –Escupió feroz por la boca, sin dejar terminar a la joven.

- ¿Qué me he perdido? –Preguntó completamente curiosa al saber que los había dejado solos al salir el día anterior de clases.

-Esto –Soltó con voz grave, al tiempo que con su mano izquierda bajaba el pañuelo, para que la joven pudiera ver la marca en el cuello.

- ¡Serás lagarta! –Soltó toda risueña-. Eso sería fabuloso, que lo viera Raquel y así, dejara su intento de ligar con él… -Calló al ver como su amiga hacía un gesto negativo de cabeza-. Pues explícamelo, porque me vas a dejar saturada a primera hora de la mañana… -Demandó con tono exasperante.

-No vayas por el lado romántico, porque entre él y yo nada, es imposible… -Señaló con tono serio-. No seas como mi madre –Protestó al ver que su amiga iba a decir algo-. Fue un castigo por algo que sucedió.

-Me gustan esos castigos, pues… -Sonrió divertida.

-Carlota –La regañó frustrada, justo cuando sonaba el timbre dando el comienzo de las clases-. Solo quiero recuperar mi móvil, que lo tiene él. Me lo quitó y me lo tiene que devolver hoy –Le explicó mientras entraban en el edificio, avanzaban por el pasillo hasta el fondo y entraban en la clase, donde ya se hallaba un Eric muy sonriente.

-Buenos días chicas –Las saludó desde su escritorio, con sonrisa y mirada divertida-. Id tomando asiento, que quiero empezar pronto…

- ¿Y eso? –Soltó un Francesc algo desconfiado-. ¿Y qué son todas ésas hojas que tiene bajo su palma?

Con aquella observación, no se pudo evitar que todo el mundo dirigiera su vista, hacia las hojas que había bajo sus dedos.

-Está bien, os he preparado cuatro preguntas que…

- ¡Examen! –Reprochó uno con un quejido de lamento-. Era mi profe favorito hasta hoy… -Soltó logrando arrancar un par de risas de sus compañeros.

-No es examen del todo –Expuso Eric con cierta mueca de labios, notando como era observado por su vecina, quien lo miraba con mirada entrecerrada, logrando que aún sintiera más ganas de reír, después de haber recibido la buena noticia de su hermano-. Solo es para poder evaluar el nivel que hay en clase…

-Examen –Rebufó otro alumno-. Está bien, vamos a ello… -Aceptó dando cuatro golpes en la mesa con las palmas de sus manos.

-Bien –Carraspeó un poco-. Id pasando las hojas a vuestro compañero de atrás por favor, tenéis hasta el final de clase. No dudéis en llamarme por si os surge cualquier duda…

Y ahí estaba, dos minutos después. Mordiendo su bolígrafo con desesperación, mientras le echaba una hojeada a las preguntas y comprobaba, que no eran difíciles de responder, justo cuando en el silencio de su clase, era roto por el sonido de la canción de su teléfono móvil.

Aquello, mermó en su concentración. Volviendo a marcarla en su rabia, al alzar la cabeza y ver como un sonriente Eric, se acercaba a la maleta que tenía de encima el escritorio.

-Perdonad chicos, no va a volver a ocurrir ha sido un despiste mío –Se disculpó, mirándola por un segundo a ella, cuando extraía el aparato y sin más miramientos lo apagaba. Para guiñarle después el ojo, al haberse asegurado que todos tenían la cabeza agachada.

Todos menos ella y Carlota. Quien le hacía un gesto negativo de cabeza, para que se estuviera quieta y no expusiera nada de su amistad con Eric, ante la clase.

Así que, con gran rabia, agarró el bolígrafo y en cada espacio para las respuestas soltó su desahogo.
En uno de ellos, dibujó a un Eric, siendo atravesado por una ballesta tirada por ella, tratándolo como un vampiro.  En otra pregunta, su respuesta era escribir, que quería su teléfono móvil. En la siguiente, volvió hacer un dibujo de su mano bien detallada y el dedo corazón alzado…

Y justo cuando sonaba el timbre, finalizando la clase, era la primera en levantarse para entregarle las dos hojas al chico con mirada asesina, saliendo de allí seguida por su amiga.



1 comentario:

  1. Jajajaj... que malvada es Yola, espero que pronto estos dos sigan los pasos de los otros tortolitos, me agrada volver a leerlas...saludos, ahora me voy a leer las otras historias...Besos.

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